sábado, 13 de diciembre de 2014

Dia 7- Vuelta a Meganisi

Kálamos
Así amaneció en Kálamos aquel día. Normalmente, cuando amanece brumoso, lo normal es esperar sol y viento en calma. Y lo que anunció el amanecer lo confirmaría más tarde la mañana con un día perfecto de nuevo para navegar con tranquilidad.

La verdad es que salvo el día de Kioni tuvimos una meteorología muy favorable para cumplir el programa de nevagación. Esta parte del mar Jónico, al estar cercada por islas grandes, tiene una mar muy plana. No pasa lo mismo en el Egeo, que una vez que se sale del Golfo Sarónico el metemi puede soplar con fuerza y con una regularidad de reloj suizo durante varios días seguidos.

Así que ese día nos lo habíamos planteado como una jornada de navegación tranquila, bordeando Kálamos por su costa norte, y luego navegar perezosamente hacia al oeste buscando las calas de la costa norte de Meganisi para comer. De ahí se nos abrían varias posibilidades que decidiriamos sobre la marcha.

Como era muy temprano y había mucho tiempo, decidí hacer una última excursión y caminar un buen trecho por alguna senda de las muchas que la isla tenía. Quería internarme un poco más en su interior y disfrutar del un bosque mediterraneo tan feraz como el de esta isla. Así que la tripulación se dividió. Unos continuaban durmiedo, otras siguieron en la terraza del la taverna de Georges y yo cogí un camino distinto al de la tarde pasada y me dirigí hacia la parte este de la isla.

Lo que encontré siguió confirmando lo que ya habíamos visto la jornada anterior. Un paisaje rural, casi se diría que de interior si no se viera tanto mar entre los árboles. Incluso la arquitectura de las casas de campo que se encontraban ocasionalmente entre la maleza (más bien sus ruinas) seguían  proclamando un carácter de interior, como teniendo nostalgia de la cercanía del continente que se veía a pesar de la bruma.

Kálamos, tan cerca del continente y tan lejos de todo. De los problemas, de las multitudes turísticas, del desarrollo... Kálamos tiene más de isla de retiro, de exilio, que de turismo. No tiene playas, casi no tiene llanuras, solo laderas escarpadas, un pueblo al sur que se esconde y languidece y ruinas en sus campos. Una isla más adecuada para monasterios que para hoteles. Una isla más para el alma que para el cuerpo.

Kálamos. Al fondo, el continente
Después del paseo, de los desayunos y de preparar el barco, llegaba el momento de la salida. Daba la sensación de que todo el mundo estaba retrasando la suya, como esperando a que otros fueran despejando de anclas y cadenas el fondo del puerto y así tener menos probabilidades de quedar enredados. Así que por no demorarlo más nosotros y otros tres barcos nos pusimos en marcha, esta vez sin  contratiempos.

Ya fuera se iba confirmando lo que la bruma había anunciando al amanecer, y es que el día se presentaba lleno de sol, calor y calma. El mar, ya de por sí muy tranquilo en esta zona, aparecía como un espejo más parecido a un lago o a un embalse que a otra cosa. Pusimos rumbo al este para alcanzar el extremo de la isla y luego bordear la parte norte. El paisaje que se nos presentaba de la isla era muy similar a la parte sur, pero más agreste y salvaje, con solo unas pocas casas dispersas, las ruinas de un antiguo monasterio fortaleza en una de las laderas y una pequeña agrupación de casas (Episkopi) a la que a duras penas se la podría llamar pueblo.

Costa norte de Kálamos


Agios Konstantinos. Kálamos
Íbamos cerca de la costa, a poca velocidad y disfrutando del paisaje y del aroma a bosque mediterráneo que llegaba hasta el barco. En algún momento pensamos anclar justo enfrente de la pequeña capillita de Agios Konstantionos, pero era necesario hacerlo muy cerca de la costa por la profundidad y cambiamos de planes. 
Terminamos tomando un baño en medio del mar con el paisaje que la isla nos ofrecía como decorado. Hay que decir que a pesar de la fama que tiene esta zona de estar habitada por delfines, nosotros no vimos ninguno.Y así continuamos hasta llegar a las calas de la parte norte de la isla de Meganisi, donde echaríamos el ancla y comeríamos.

De las tres entradas que hay en la parte noreste ( Kapali, Abelike o Atheni) nosotros nos decidimos por la primera (Kapali). Una vez que entramos navegamos un poco por ella a babor se abre otra bahía que es donde finalmente echamos el ancla. La profundidad era de unos 10-12 mts cerca de la costa aunque no llegamos a poner linea a tierra por considerar que teníamos suficiente radio de borneo. Allí pasamos los momentos previos de la comida, la comida y la siesta hasta que comenzó a levantarse un poco de viento  y unas nubes de evolución nos hacían presagiar que quizá tendríamos una tarde tormentosa como la que tuvimos en Vathi.

Teníamos varias alternativas para la tarde y necesitábamos llenar el barco de agua y convenía quizá también enchufarlo a la red. Una de las alternativas era visitar Spartakori, un pueblo que desde el mar se veía muy bonito. A los pies del pueblo se puede encontrar un pontón perteneciente a la taverna de Puerto Spiglia. Nos pareció una buena opción y allí nos dirigimos.

Puerto Spiglia


Puerto Spiglia
Nada más acercarnos al pontón de la taverna una barca fueraborda se nos acercó a toda velocidad. La taverna tenía verdadero interés en "atrapar" yates y al confirmarle que sí teníamos intención de atracar en su embarcadero nos amarró una amarra al barco a una buena distancia del amarre. Yo hubiese preferido que la amarra la hubiese colocado estando ya más al alance del amarre, pues no me gustaba maniobrar con un cabo colgando por la proa del que desconozco dónde puede ir a parar... Así que el amarre, con el barco atado, con la fueraborda dando vueltas alrededor etc. resultó algo caótico. Pero como siempre, al final se amarra y lo primero fue enchufar el barco, llenarlo de agua y ordenarlo. Y como siempre buscar un sitio donde poder bañarnos para no pasar calor hasta la hora del paseo.

Puerto Spiglia está situada en la bahía de Spiliou, un lugar tranquilo, un trozo de mar resguardado, con aguas de azul oscuro y pinares en las orillas. No obstante, como dije en algún otro lugar antes, las construcciones empiezan a hacerse con las laderas de la bahía. La taverna con el mismo nombre (Porto Spiglia) proporcionaba todos los servicios. Tiene luz, agua, electricidad, duchas, etc. Lógicamente amarrar en un embarcadero de una taverna lleva a que al menos comas o cenes allí como compensación a los servicios que te dan. No nos parece mal plan y así todo el mundo se beneficia. No obstante hemos de decir que la Taverna Porto Spiglia se asemeja más a un merendero playero de mediocre calidad que a una taverna tradicional. No esperes encontrar un ambiente cuidado (a diferencia de Dimitris en Vlikho) ni una calidad alta en la comida. De hecho sirven incluso paella aunque con una interpretación muy libre de la receta que hace que parezca más un arroz con caldo que una paella al uso (no la pedimos, no os vayáis a creer, estaba expuesta en una especie de expositor con otros platos). En esta taverna también hay duchas.

Meganisi. Playa cerca de Puerto Spiglia
Al fondo de la bahía hay una playita muy agradable donde poder refrescarse en unas aguas muy transparentes con unas vistas completas de la bahía. Ahí pasamos una buena porción de tarde mientras que como en otras ocasiones el cielo se iba ennegreciendo y algún trueno se hacía oír en la lejanía aunque esta vez no llegó a llover.

La playa tiene también un pequeño chiringuito donde poder tomar algo y resulta muy cómoda porque no es de arena sino de pequeñas piedrecitas lo que hace que luego no se tenga que lidiar con la arena en toallas y calzado. No tiene duchas pero la tranquilidad y la calma que hay en ella hacen que merezca la pena estar en ella.

Spartakhori

Spartakhori. Mirador al Jónico
Esperamos a la caída de la tarde para visitar el pueblo que estaba encima de Puerto Spiglia, Spartakhori. Se accede después de subir por una carretera con una buena pendiente desde la taverna. Hacerlo con pleno sol habría resultado mucho más fatigoso. La intención era dar un paseo por el pueblo antes de cenar y dormir. Sparthakhori promete más desde la costa o desde las fotografías aéreas de los libros. Es más una agrupación de casas por unas calles estrechas con una taverna en el centro del pueblo. En Spartakhori se repite el mismo patrón que en los pueblos poco turísticos de la zona: una iglesia muy cuidada, calma, casas con unas enormes buganvillas de diversos colores... etc. No hay nada más destacable. Pero al estar en una situación elevada, tiene un mirador que domina una buena porción de horizonte por lo que se pudimos ver un atardecer espectacular de la zona de navegación. Desde allí se aprecia la isla de Lefkada, Skorpios, el continente...  Allí nos quedamos hasta que una enorme luna llena salió detrás de la ladera este que cerraba la bahía. Terminamos la noche cenando en Puerto Spiglia (la cena nos confirmó las sospechas sobre la calidad comentadas más arriba) como siempre rodeados de las diversas tripulaciones de los otros barcos.También observamos que en algún momento de la noche los de la taverna cortaban la electricidad del pontón a la que se enchufaban los barcos.


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