domingo, 14 de diciembre de 2014

Dia 6. Hacia al este (de Fiscardo a Kálamos)

Amanecer. Fiscardo
Eran las siete de la mañana cuando salí a dar el primer paseo de la mañana. A esa hora corresponde la fotografía de arriba. Me gusta especialmente este momento, cuando se respira el aire fresco de la mañana y el único sonido que hay es que hacen los barcos al estirar un cabo o al rozar una defensa. También se escucha algún furtivo chapoteo de un pez en el agua o el rumor lejano de las olas en la bocana. Ni una brizna de aire, una temperatura agradable y todo el día por delante para seguir disfrutando del viaje. Es una gran sensación.

No era sin embargo el primero que se despertaba del barco. En lo que ya se había convertido en un ritual del viaje, me tocaría vestirme y dar un paseo por el pueblo hasta encontrar una terraza cercana para hallar  a la parte femenina de la tripulación dando cuenta del primer café del día. Era como si al decorado que era Fiscardo le faltasen todos los actores que lo llenaban la noche anterior.

El club de madrugadores decidió tomarse otro desayuno en una bollería que había en el muelle donde esperaron pacientemente que el propietario del local terminase de abrir para esperar a todos los que poco a poco iban saliendo de los barcos. Fue en este segundo local donde nos encontramos a un lugareño que hablaba un español difícil de entender y nos contó que hace muchos años (tantos como en los años posteriores a la Guerra Civil) había conocido y trabajado España, concretamente en Barcelona. No parecía tener un buen recuerdo de la época, pues hablaba de que eran años bastante difíciles y de los muchos problemas que atravesó por entonces. También nos hablo de los problemas por los que atravesaba Grecia (y que a la hora de escribir esto sigue atravesando). Nos despedimos amigablemente de él y proseguimos con los preparativos para la salida. Nuestros vecinos de amarre y nosotros seríamos los primeros en salir.

Así, como se muestra en la fotografía de la derecha estaba el ancla esa mañana. Se podía ver como la cadena se iba perdiendo de vista a medida que el reflejo de la superficie velaba el fondo. Como se ve las aguas del puerto tenían un magnífico aspecto. Pero una sorpresa nos aguardaba, y es que en estos puertos tan atestados de gente existe la posibilidad de enganchar la cadena de otro ancla al levar la propia y eso es lo que nos ocurrió. Uno lo empieza a intuir cuando escucha que el molinete del ancla empieza a acusar el esfuerzo y por proa se adivina la otra cadena perpendicular a la proa. No era la primera vez, ya nos ocurrió en Egina otro año, así que describiré la que creo que es mejor manera de solucionar el problema.

Lo primero es admitir que uno se convierte en el espectáculo del puerto. Las proas de los barcos, como si fueran un anfiteatro, se van llenando de gente con los brazos en jarras. Calma. No pasa nada. Lo segundo es tranqulizarse, el barco esta sujeto a pesar de que el ancla este arriba (y lo estará mientras la cadena del otro barco esté tensa). Uno puede tener la tentación de intentar agarrar con la mano o con el bichero la cadena levada y proceder a bajar un poco nuestra ancla hasta liberarla para subirla definitivamente. OLVIDA eso. No serás capaz de sujetar con la mano ni con el bichero la otra cadena, pues la tensión es tal que te harás daño o perderás el bichero (como nos pasó). Lo mejor es hacer una gaza con un cabo y amarrarla a una cornamusa de la proa. Pasar el cabo por debajo de la cadena ajena y volver a atar el otro extremo del cabo a la cornamusa de la proa. Ahora tienes la cadena sujeta y no se irá al fondo con el ancla cuando la dejes caer para liberarla. Una vez sujeta la otra cadena con el cabo, baja tu ancla, hasta que quede liberada e ízala de nuevo hasta colocarla en la proa. Suelta el cabo y maniobra terminada. La otra cadena se irá al fondo y puedes enfilar la bocana. No fuimos los únicos. El barco de nuestros vecinos también enganchó su ancla con otra cadena.

Antes me preocupaba bastante este tema. Pero desde que he hecho la maniobra un par de veces, ya no me preocupa tanto. Es frecuente ver a gente nadando en el puerto y viendo cómo está su cadena (curiosamente siempre he visto a ingleses haciéndolo). Creo que si se pudiera ver el plato de pasta de cadenas que debe ser un puerto griego en verano nadie disfrutaría de la estancia lo más mínimo. Lo importante, echar el ancla lo más alejado del muelle que se quede y si se da la mala suerte, pues hacer la maniobra y listo. Eso sí, no quiero ni pesar como sería levar el ancla agarrada a otra cadena sin molinete de proa. Por ello, y en previsión del esfuerzo enorme que hace este tripulante mecánico, mantener el motor con unas vueltas de más no es nunca algo que sobre.

Sin más novedad salimos a un mar que nos esperaba calmo y con bruma en el horizonte. Pocos barcos había a aquella hora. Solo un transbordador cargado de camiones que venía del oeste y que debía llevar dirección al continente se cruzó con nuestra ruta.

Muchas veces pienso lo distinto que tiene que percibirse el mismo mar cuando se trabaja en el o se viaja, como nosotros, por placer. Ese invierno leí el libro de Rose George "Noventa por ciento de casi todo" donde se describen varios aspectos de lo que supone la marina mercante para los que en ella trabajan. Problemas laborales, explotación, problemas medioambientales y sociales. La Marina Mercante es como un sexto continente en continuo movimiento a través del cual viaja absolutamente de todo, desde el coche que ves por la calle al ordenador en que tecleo estas líneas. Es un mundo duro y en muchos casos con unas condiciones que dejan mucho que desear. Recomiendo leer el libro para tener una más completa visión de lo sucede en ese entorno donde tanto disfrutamos.

Pensamientos a parte, el programa a cumplir ese día no era muy diferente a lo que habíamos hecho los días anteriores. Por la mañana disfrutar del sol y del mar y después de comer, atracar en un puerto y visitar los alrededores.

Hacia las islas del este

Parte sur de Kastos
Kastos y Kálamos son dos islas que se encuentran en la parte noreste de este pequeño mar interior que forman estas islas. Kálamos destaca, pues es en realidad una pequeña cordillera flotante con montañas cuya altura hacen que se vean desde todas partes. Al estar cerca del continente se confunde con este. Kastos es más pequeña y más plana y se acuesta en el Jónico al sur de Kálamos. Pensábamos pasar la mañana en un fondeadero al sur de Kastos, comer allí y después pasar la tarde y la noche en el puerto de Kálamos.

No tuvimos dificultades a la hora de dar con el fondeadero que se encuentra al lado de una islote en la costa sur de Kastos. El día estaba claro y desde nuestra situación se veían las enormes montañas del continente con sus sombreros de nubes al fondo. Todo transcurrió entre tomar el sol, nadar, leer, bucear y algún aventurero que decidió "aventurarse" a explorar el islote bajo un sol de justicia. Un par de veleros nos hacían compañía lejana y unas cabras decidieron probar las hierbas que crecían más cerca de la orilla con lo que tuvimos la oportunidad de vivir una experiencia nueva al estar fondeados y escuchar los balidos de las cabras.

Al caer la tarde levamos ancla y rodeamos Kastos por su parte sur, pues era el mejor camino para llegar al puerto de Kálamos.

Kálamos


Kálamos presenta un aspecto precioso desde el mar. Al ser la isla una montaña considerable, las casas se van esparciendo por la ladera entremezclándose con el verde de los pinos y la abundante vegetación  de estas islas. El puerto es reconocible por la gran cantidad de mástiles que se ven en primer plano y por la iglesia que preside el centro de la escena siendo bien visible desde lejos. Allí te encontrarás con el pluriempleado Georges que será el que dirigirá el tráfico portuario a lo largo de la tarde y te servirá la cena por la noche en su taverna situada en pleno puerto.

Como Kálamos no es un punto tan turístico, encontramos el puerto a media capacidad. Unos jubilados ingleses en un barco leyendo, una familia en el otro lado... En fin todo bastante calmado. Pero no era más que cuestión de tiempo que el puerto se llenase. Ya, por el canal entre Kastos y Kálamos se veían un buen número de barcos de camino al puerto. Kálamos es un puerto pequeño, pero no por ello seas tacaño con los metros de cadena a fondear. En el derrotero avisaban de que al principio de la noche soplan unas rachas de viento catabático que vienen del continente. Uno ve una tarde como la que vimos nosotros, tan calmada, tan tranquila y se puede confiar... Pues no lo hagas. Las rachas llegan, son breves, rápidas, calurosas y muy intensas. Luego a lo largo de la noche desaparecen pero ojo que te puedes ver contra el muelle, teniendo que despertarte en medio de la noche para hacer una maniobra de fondeo y eso, en un puerto estrecho, lleno de anclas y con las rachas de por medio. Vamos, no tiene nada de gracia.

No tuvimos problemas pero si comprobamos algo. Cuando salimos a cenar todo estaba en calma y tranquilo. Durante la cena soplaron las rachas de las que os hablo y la volver al barco vimos como muchos yates se habían acercado casi un metro al muelle. La verdad que no era muy tranquilizador, por si acaso y aunque nadie tuvo problemas desmontamos el toldo del fly-bridge.

Mientras sesteamos o nos bañábamos en el rompeolas, Georges oteaba el horizonte para ver cuantos barcos venían. Si eran muchos a la vez o venía una flotilla salía con un bote fueraborda y iba regulando el flujo de barcos que entraban. Cuando uno terminaba la maniobra, daba paso a otro y así hasta que el puerto quedó totalmente lleno. Y como siempre los mismos rituales. En la taverna de Georges hay habilitadas unas duchas (un poco aglomeradas y estrechas). A la puerta una anciana que solo hablaba griego cobraba 1,5 euros para utilizarlas y de paso con un matamoscas iba matando las moscas de los contornos. Una mesa llena de cables servía como puerto de carga de móviles y dispositivos varios. Los solícitos empleados de Georges iban montando las mesas para la noche y sirviendo cervezas a diestro y siniestro. Fue aquí donde contactamos con otros navegantes españoles que estaban en el puerto. Venían de Santander y habían alquilado un velero. La verdad que a los españoles se les distingue rápido. Los hombre con camisa y pantalón corto azul marino y las mujeres con pareo y camisa amplia (a las chicas jóvenes inglesas se las conoce rápido también por ir con tacones por el muelle, en fin, cosas veredes, amigo Sancho).

Muelle de Kálamos
Me entretuve un rato en hablar con Georges. Estaba sentado en la terraza de su restaurante como un abuelo de una gran familia viendo como caía la tarde en lo que para él era su rutina diaria. Me contó que en verano trabaja mucho, que son muchas horas, etc. Desde luego su rostro renegrido por el sol y su mano así lo atestiguaban...

Una de las razones que nos habían llevado a Kálamos era que, a parte de querer visitar las islas del este, los vecinos de muelle que tuvimos en Fiscardo nos dijeron que valía la pena. Kálamos es el contraste completo a Fiscardo. Es un pueblo donde a parte de dos o tres restaurantes no hay nada más. Ni tiendas, ni calles comerciales ni nada de nada. Solo la tranquilidad de una isla llena de vegetación y la calma apacible de un pueblo del interior de España. Nada que ver con el bullicio y el ajetreo de Fiscardo. En cuanto uno sale del entorno del puerto se encuentra solo y con un ambiente rural. Sin embargo la isla tiene algo que la hace atractiva. Son sus paisajes.

Kálamos. Tienda
Dado que habíamos llegado pronto y que quedaba aún un buen rato hasta la hora de la cena decidimos seguir alguno de los senderos -empinados- que se adentraban en la isla y vagabundear un poco por ella. Todo lo que habíamos intuido sobre Kálamos se nos iba confirmando. El pueblo era un conjunto de casas vacías muchas de ellas con signos claros de abandono. Lo que parecía claro es que Kálamos se iba despoblando poco a poco y solo quedaban segundas residencias, casas de gente que seguramente había nacido aquí y unos pocos habitantes. Sólo encontramos una tienda en Kálamos pero que recordaba más a un trastesro desordenado que a un comercio normal. Ni siquiera teníamos claro que vendía, tal era el desorden y la dejadez con que todo estaba apilado.

Sin embargo Kálamos sí conservaba un edificio cuidado, con una reciente capa de pintura y engalanado con banderas griegas. Era la iglesia, esa que tan bien se veía al llegar por mar.


Kalamos. Iglesia
Llaman la atención las iglesias en Grecia. En todos los lugares se encuentra una iglesia, una ermita, una capillita y siempre están cuidadas y con una lamparita (o varias) de aceite preparadas. No cabe duda de que las Iglesias Ortodoxa y Estado Griego guardan una relación más estrecha que en otros países de Europa. De hecho da la sensación de que las iglesias en Grecia tienen un carácter de edificio oficial, pues todas lucen una bandera bien visible. También se ven popes caminando por la calles, siempre de negro riguroso y acompañados con sus esposas. La disposición interior de los templos es también distinta a las iglesias católicas. Suelen ser edificios de planta cuadrada o rectacgular y la decoración es más profusa, mas oriental, llena de lamparitas y varios iconos repartidos por las pareces o en grandes atriles que la gente besa.

¿Que atractivo tenía entonces Kálamos? Pues sus paisajes. Aquí sí que daba la sensación de estar en un tierra alejada del bullicio turístico, en una isla mediterránea original sin nada más que un mar azul, pinares que llegan hasta la orilla interrumpidos ocasionalmente por pequeños campos de olivosy un tiempo detenido en un mundo ajetreado por la prisa y el desarrollo. Esta es la sensación que transmite Kálamos, una isla para andar por ella y disfrutar de los atardeceres largos del verano.

Salimos por un camino que iba hacia al oeste, hacia un tramo de costa donde había una pequeña playa de guijarros y las ruinas de un antiguo molino de viento al borde del mar. El camino atravesaba casas de verano y una pequeña plaza en medio de la nada donde tuvimos ocasión de encontrarnos con la otra realidad de estas islas y que el derrotero ponía de manifiesto: la realidad de la inmigración.

Kálamos. Costa sur
En esta plaza en medio de la nada había una mujer que estaba sentada pasando la tarde. Al escucharnos hablar identíficó rápidamente que éramos españoles. Nos contó que ahora estaba ya viviendo en Grecia pero que había vivido toda la vida en Estados Unidos donde había ido para trabajar. Es al parecer muy frecuente que los habitantes de estas islas tenga parientes en Estados Unidos o en Australia. Algunos vuelven, pero las segundas generaciones ya no sienten vinculación con esta tierra. La verdad que viendo las islas la realidad en ellas debió -debe-ser dura y que la emigración debe ser aún la alternativa para muchos jóvenes de la zona. Nos dio una información útil. Nos comentó que había un
Kálamos. Costa sur
restaurante en la isla - al parecer por la zona de los molinos de viento arruinados que daban pescado fresco del día. Georges lo da congelado y su taverna ciertamente es más un chiringuito playero en una buena ubicación que un lugar para tener una experiencia gastronómica. Así que si paras por allí, quizá sea buena idea probar a buscar ese restaurante. Eso sí, luego te quedará una buena caminata al puerto.

Después del paseo, vuelta al puerto y a la taverna de Georges que ya estaba llena de turistas y navegantes europeos que cenan más pronto que nosotros. Los griegos también tienen horarios más "europeos" que los de los españoles que en esto vamos irremediablemente a la contra. La terraza mostraba un ambiente muy animado, quizá desentonando con la tranquilidad del entorno. Tuvimos la mala suerte de cenar al lado de una mesa de los adolescentes británicos que ya habíamos visto por el muelle. Ya se habían cargado de alcohol por la tarde y remataron la "faena" en plena cena con los efectos que tiene. En fin, uno de ellos se cayó redondo con el consiguiente "espectáculo".

Por lo demás todo transcurrió sin más novedad. Una larga sobremesa y vuelta al barco a pasar la noche hasta que la luz de la mañana nos despertara para otra jornada en el Jónico.